El sábado por la mañana volvimos a intramuros de Saint-Malo para visitar la ciudad, después de que la tarde anterior hubiéramos recorrido todo el perímetro de las murallas de la ciudad.
Llegamos en momento de marea alta (y recordar que estábamos en la semana de mareas vivas), por lo que antes de cruzar las murallas estuvimos un rato disfrutando del salvaje oleaje que azotaba la costa. Todo un espectáculo ya más de un remojón para aquellos que se acercaban demasiado al borde del paseo junto al mar.
Saint-Malo fue construida originalmente para proteger la orilla del río Rance y tiene una larga historia colo lugar de residencia de piratas y corsarios. Todo el interior de la ciudad fue destruido en los bombardeos de 1944, pero ha sido totalmente reconstruida manteniendo el estilo y el encanto de un casco histórico centenario.
Es una ciudad realmente bonita de pasear, a pesar de que lo más impresionante y realmente imprescindible son las murallas y las increíbles vistas desde las murallas. Sin embargo el paseo desde la Puerta Grande hasta el parque Maison du Quebec es un alarde de reconstrucción urbana realmente bien ejecutada. Mención especial merece la catedral de St Vincent, reconstruida conservando su estilo románico en forma de cruz y orientada al este. Su interior es muy luminoso debido a la imponente altura de las cristaleras.
Una vez finalizada la visita a Saint Malo volvimos a coger el autobús gratuito hasta el parking disuasorio exterior y nos subimos a nuestro coche para comenzar la ruta del día recorriendo la costa norte de Bretaña.
Dinard
La primera parada del día fue Dinard (no confundir con Dinan, el pueblo de la cuesta enorme que habíamos visitado el día anterior). Dinard es una localidad costera situada en la orilla oeste del río Rance y que nos permite volver a divisar Saint Malo desde la orilla opuesta de dicho río.
A Dinard se la conoce como la perla de la costa Esmeralda y es básicamente un pueblo dedicado al turismo, que cuenta con numerosos chalets de finales del siglo XIX que han sido declarados de interés turístico.
Comenzamos el paseo desde la Playa de l'Écluse, dirigiéndonos a la derecha, hacia una enorme piscina de agua de mar con unas vistas espectaculares de la costa. Desde ahí un camino de piedra nos lleva hacia la Punta du Moulinet, desde donde tenemos unas vistas espléndidas de Saint Malo al fondo. Se puede recorrer toda la punta disfrutando de la brisa del mar y volver a la playa de l'Écluse cerrando el círculo.
Una vez en la playa tomamos el camino en el lado izquierdo para pasear hasta la Punta de la Malouine. Desde este camino se divisan varias de las principales mansiones que dan fama a Dinard. Al terminar el camino regresamos a la playa para comer allí antes de seguir la ruta.
Saint-Cast-le-Guildo
Saint-Cast-le-Guildo es un destino turístico formado por siete playas y varios paseos costeros que se popularizaron gracias a las inversiones realizadas por el pintor Marinier.
Nuestra primera parada fue la Pointe de la Garde, una lengua de tierra que se adentra en el mar y desde la que se pueden disfrutar de excelentes vistas del mar y las playas de Saint-Cast-le-Guildo. Según vas llegando con el coche tienes la sensación de que el mundo se está terminando. Es una carretera estrechita, al final de la cual hay un pequeño espacio de aparcamiento, pero es mejor quedarse en el primer hueco que encontremos.
Desde la zona de aparcamiento hay varios senderos que rodean la punta a distintas alturas, siendo posible acercarse mucho al final de la tierra. No se la vista más espectacular de la costa pero sí merece la pena la visita.
La segunda parada fue el puerto de Saint Cast. Se encuentra al final de una carretera bastante sinuosa, pero con muchísimo espacio de aparcamiento y con la entrada y salida perfectamente señalizadas. Aquí nos dedicamos a pasear por la costa hacia el este, usando un camino de piedra similar al que habíamos visitado a la mañana en Dinard.
La verdad que es un autentico placer recorrer esos caminos de la costa, ya que son muy cómodos de caminar y te ofrecen puntos de vista de la costa que, de otro modo, serían bastante difíciles de acceder.
Hotel Le Trécelin
Antes de acercarnos a las últimas visitas del día hicimos una parada en el que iba a ser nuestro hotel esa noche para coger la llave de la habitación. Es un alojamiento rural escondido en un lado de la carretera, y hay que estar bastante atento para no pasarlo de largo. Está formado por un conjunto de casitas alrededor de un patio central y cuenta con una cocina completa anexa a la habitación. Para la conexión a Internet nos proporcionaron un extensor wifi que ayudó un poco a recoger la señal del router central en la recepción.
El resultado es un pequeño alojamiento rural, muy acogedor y muy confortable, aunque un tanto alejado de cualquier núcleo urbano relevante.
Fort La Latte (Plevenon)
Nuestra siguiente parada era la visita al Fort la Latte, un castillo edificado en el siglo XIV que se encuentra situado encima de un acantilado 60 metros por encima del mar y muy cerca de una pequeña cala.
Dispone de un amplio parking gratuito desde el que sale una pista de tierra que nos acerca a la fortificación. Lamentablemente nos habíamos entretenido bastante con el resto de las visitas del día, así que llegamos poco antes de la hora de cierre (a las 19.00h en agosto) y no pudimos entrar a ver el interior. En cualquier caso el entorno natural en el que se enclava vale la pena la visita por si mismo.
Aprovechamos para hacer parte del camino de unos 4 km que une Fort La Latte con Cap Fréhel para poder contemplar las vistas de la costa y del acantilado antes de volver al parking a recoger el coche. Esta senda es espectacular. Merece muchísimo la pena echarle un vistazo aunque no tengáis tiempo de recorrerla en su totalidad. Las perspectivas del castillo compensan sobradamente el pequeño esfuerzo de la caminata.
Cap Fréhel
La carretera a Cap Fréhel no tiene pérdida, ya que el faro está perfectamente señalado como una de las grandes atracciones turísticas de la zona. De todas formas, como llegamos ya algo después de las 8 de la tarde casi no quedaban restos de turistas ni visitantes.
Dispone de un parking enorme, y aunque teóricamente es de pago, a la hora que llegamos la taquilla ya estaba cerrada y casi no quedaban coches en la zona, por lo que pudimos aparcar sin problemas y sin pagar.
El faro no es especialmente bonito, pero si imponente. Tiene 100 de altura y su alcance máximo es de 110 Km., lo que le convierte en uno de los más potentes de Francia.
Desde la zona del faro, a la derecha podemos divisar el macizo Fort La Latte que acabábamos de visitar y existen numerosos senderos para acercarte más al mar y cientos de rincones en lo que hacer fotografías. Eso sí, el viento es tremendo, por lo que es conveniente vigilar bien los pasos y sujetar la cámara con mano firme.
El atardecer desde Cap Fréhel es sublime, y merece mucho la pena disfrutarlo con calma. El buen tiempo de ese día y la poca gente que quedaba en la zona fueron una conjunción estupenda para acabar el día de la mejor forma posible.
Una vez que terminamos de hacer fotos del entorno y el atardecer volvimos sobre nuestros pasos al Hotel Le Trécelin y aprovechamos la cocina integrada para calentar algo de comida para cenar y reponer fuerzas de cara a la siguiente etapa del viaje.