El jueves comenzamos nuestra etapa que culminaría visitando la gran joya de este viaje: el Mont Saint Michel. Pero antes de eso nos esperaban por delante 131 km y varias paradas interesantes.
Vitré
La primera visita del día fué el pueblo de Vitré. Se trata de un pequeño pueblo medieval con muchas casas construidas mediante entramados de madera y un gran castillo que preside el pueblo.
Dispone de varios parkings de coches pero son muy pequeñitos. Nosotros llegamos antes de las 10 de la mañana y aparcamos en uno de los primeros que localizamos, donde cabían menos de una docena de vehículos. Por lo tanto hay que estar alerta para no saltarse estos pequeños parking, puesto que en la calle no hay sitios disponibles debido a la estrechez de la carretera.
Comenzamos la visita subiendo a una pequeña loma situada en el lado oeste de Vitré. Para llegar a ella comenzamos ascendiendo por la calle Chemin des Tertres Noirs, y cuando esta calle hace un giro pronunciado a la derecha, continuamos casi de frente por una pista sin asfaltar. Solo se tarda unos 5 minutos en subir, pero se obtiene una muy buena perspectiva del pueblo y el castillo.
Desde aquí regresamos al centro de Vitré y fuimos paseando por la zona baja del pueblo, cruzando por delante de una pequeña presa, el lavadero y dejando el castillo a la derecha hasta llegar a la iglesia de Notre Damme de Vitré.
Aquí giramos a la izquierda hasta llegar a Prom du Val y admirar las impresionantes murallas de Vitré.
Continuamos la ruta llegando hasta la iglesia de Saint-Martin de Vitré para dirigirnos hacia el centro de la zona alta de Vitré, donde se pueden apreciar en todo su esplendor grandes ejemplos de entramados de madera.
Uno de los ejemplos más especiales es la casa independiente (no adosada) que se encuentra en el vértice de las calles Rue de la Poterie y Rue Sévigné.
Terminamos la visita en el majestuoso Castillo de Vitré. Este castillo se edificó en el siglo XI sobre uno anterior de madera, pero fue en el siglo XIII cuando el castillo se reconstruyó con la forma que lo conocemos hoy en día. El acceso al patio del castillo es libre aunque el interior es de pago.
Fougéres
La siguiente parada en nuestro itinerario de hoy era Fougéres y su castillo, que si visitamos por el interior.
Iniciamos la visita a Fougéres aparcando en el parking gratuito del castillo y echando un vistazo a sus murallas desde el exterior.
El Castillo de Fougères está considerado una de las mayores fortaleza de Europa y se encuentra construido sobre un lecho de roca y rodeado por por un bucle del río Nançon. Las murallas están muy bien conservadas y forman tres recintos. El primero de los recintos servía para controlar las entradas y salidas. En el segundo se encontraba la zona de uso de la población. Y el tercer recinto protegía el núcleo del castillo.
Es un placer pasear entre las murallas y asomarse a lo alto de las mismas para contemplar la historia.
En varios puntos del castillo con encontramos unos visores que nos muestran como era antiguamente la vista desde esa ubicación. De esa forma es más fácil hacerse una idea de toda la estructura original del castillo (aunque las paredes exteriores se conservan casi intactas gran parte del interior se encuentra derruido) y de los usos de los distintos espacios.
La visita al Castillo de Fougères nos llevó algo más de una hora. Y desde allí subimos caminando la cuesta que nos lleva a la parte alta de Fougères.
El primer punto al que nos asomamos fue el parque público de Fougères, que cuenta con unas vistas maravillosas del castillo y la parte baja del pueblo.
Desde aquí fuimos a ver la Iglesia Saint-Léonard, fundada en el siglo XII, modificada en el siglo XV y ampliada en el siglo XIX. Merece la pena visitarla, y especialmente subir a su campanario, desde donde se obtiene una panorámica de Fougères simplemente genial, además del disfrute la la propia estructura del campanario en sí mismo.
A continuación callejeamos un poco por la parte alta de Fougères, descendiendo poco a poco hasta llegar de nuevo al parking. Aún nos quedaban dos paradas bastante especiales antes de llegar a nuestro destino final.
Cementerio Americano de Saint-James
A priori me resultaba un poco extraño realizar una parada para ver un cementerio. Pero tengo que reconocer que es tan distinto de lo que estamos acostumbrados, que me pareció una visita más que recomendable.
Alberga los restos de 4410 soldados estadounidenses muertos, la mayoría de los cuales perdieron la vida en las campañas de Normandía y Bretaña.
De sus 4408 sepulturas, dos contienen los restos de cuatro soldados que no lograron ser separados en el momento del levantamiento de los cuerpos, noventa y cinco de las lápidas llevan la inscripción de "soldado desconocido" y en veinte casos, dos hermanos están enterrados uno junto al otro.
Llama la atención la disposición perfecta de las tumbas, formando una retícula con una patrón semicircular que consigue una alineación impoluta de las cruces. Y entre todas las cruces se distinguen también algunas estrellas de seis puntas correspondiente a las tumbas de judíos.
Es un tipo de cementerio que recuerda a lo que hemos visto en numerosas películas americanas sobre la Segunda Guerra Mundial, pero que resulta tremendamente sobrecogedor al verlo en directo.
Cementerio Alemán de la Guerra Huisnes-sur-Mer
La siguiente parada es el contrapunto perfecto en cuanto a tipo de cementerio. Aquí olvidamos toda concesión al enterramiento en tierra y nos encontramos con un círculo de dos pisos, cada uno con 34 criptas en las que yacen hasta 180 soldados.
En total, este cementerio alemán alberga la tumbas de 12,000 soldados alemanes que murieron durante la batalla de Normandía en la Segunda Guerra Mundial.
Es un sitio frío, duro y poco acogedor, totalmente contrario al cementerio americano. Sin embargo guarda en su interior una grata sorpresa: en el piso superior hay una pequeña terraza desde la que pudimos divisar, por primera vez, el Mont Saint Michel.
Beauvoir
Los hoteles más cercanos al Mont Saint Michele tienen precios bastante elevados por lo que elegimos el cercano pueblo de Beauvoir (apenas a 5 km) para dormir esa noche. En concreto nuestro alojamiento fue el Hotel La Bourdatière, una especie de casita rural de lo más acogedora.
El paseo por la costa desde Beauvoir hasta Mont Saint Michel es simplemente precioso. Una costa totalmente plana, sin riscos y una pista totalmente recta que te permite observar la isla al fondo, con la Abadía recortándose orgullosa sobre el horizonte.
Las mareas de la bahía son espectaculares, pudiendo alcanzar diferencias de hasta 14,5 metros de altura, dos veces al día.
Estuvimos paseando por la costa alrededor de una hora, disfrutando del paisaje y las vistas. Eran ya las 7 de la tarde, así que decidimos disfrutar de una cena temprana en Beauvoir y volver rápido al hotel para acercarnos en coche al Mont Saint Michel.
Mont Saint Michele
No se puede acceder a la isla con coche. La isla está unida a la costa a través de un largo puente que puede recorrerse andando o en los autobuses gratuitos desde la costa.
Por lo tanto es necesario dejar el coche en los parking de pago habilitados en la costa. Son un montón de parkings (unos 20) tremendamente grandes y ordenados por tipos de vehículos: coches, motos, caravanas, etc. Además de los parkings también hay hoteles y tiendas. La verdad es que parece un poco las afueras de un parque temático (tipo Disney o similar).
Desde aquí se puede ir andando (algo más de 1km) o coger los autobuses gratuitos que te acercan hasta la isla del Mont Saint Michel. Por cierto, son los únicos autobuses que he visto con cabina de conductor delante y detrás para que pueda circular en ambos sentidos. Y es que al fondo del puente no hay sitio para que diesen la vuelta.
El Mont Saint Michele es un sitio mágico. No se me ocurre otra palabra para describirlo.
El entorno natural es simplemente espectacular. Y según te vas acercando a la isla (que más bien podría ser una simple roca grande) y ves las murallas y la abadía no dejas de preguntarte “¿pero cómo han podido construir eso ahí?”. Las fotos no le hacen justicia. Es uno de esos lugares que hay que “sentir” en vivo.
Debo reconocer también que es mucho más impresionante por fuera que por dentro. Y no es que el interior no sea magnífico, pero al perder la perspectiva de la ubicación y la bahía se convierte simplemente en un recinto amurallado. Espectacular, pero si esa “magia” que sí se aprecia desde el exterior.
El pueblo de Mont Saint Michel
Una vez que accedemos al interior del Mont Saint Michel nos encontramos con un pequeño pueblo (básicamente una calle principal, La Grande Rué, y varias callejuelas adyacentes) colonizado por restaurantes y tiendas de recuerdos.
Las murallas de Mont Saint Michel
El paseo por las murallas sí que es una experiencia inolvidable. Las vistas de la bahía son espectaculares y la propia muralla tiene un encanto innegable.
La Abadía de Mont Saint Michel
Decidimos hacer la visita nocturna. Se visita toda la Abadía pero las estancias del conjunto religioso están casi a oscuras y realizan proyecciones de luz y música que hace que la visita tenga un punto muy especial. La Abadía del Mont Saint Michel es una obra de ingeniería admirable. La altura de las bóvedas de algunas estancias (incluso en la catacumbas) es realmente sorprendente teniendo el cuenta el lugar donde está erigida. En resumen, una visita imprescindible.
Finalizada la visita a la Abadía dimos un último paseo por el recinto amurallado y comenzamos el regreso a nuestro hotel. Había sido un día muy largo y la lluvia comenzaba a hacer acto de presencia.